Crow's Nest

[Archeologist]

Ya habían pasado unos meses desde el caos del Ennies Lobby. La tripulación del sombrero de paja a penas y se había logrado escapar con vida de aquel pandemonio; todo por rescatarla del gobierno mundial, pero, sobre todo, de ella misma. Nico Robin había crecido con la noción de que su existencia era algo completamente deplorable, pero el chiquillo de goma y el resto de los navegantes del Thousand Sunny le habían mostrado su verdadero lugar en el mundo que, a pesar de ser duro y triste, aún tenía esperanza que ofrecerle junto con un futuro que prometía la felicidad que juraba no merecer. Las heridas de la experiencia y la inocencia que le arrebataron de las manos, no sanaban con facilidad. Robin aún sentía una gran obscuridad dentro de su corazón, la ansiedad y crudeza de la realidad. Estaba completamente inquieta, puesto que sabía que ahora perseguirían a toda la tripulación hasta acabar todos y cada uno de ellos por su causa. Tenía un terrible presentimiento. Pronto vendría lo peor. Era casi como si el aire que respiraba estuviese cargado de una opresiva tragedia cada vez que veía reír despreocupado a Luffy, a ese jovencito que juraba sobre todas las cosas que se convertiría el el rey de los piratas. Era dulcemente inocente, incluso ingenuo, pero digno de admiración. De cualquier modo, aunque Robin confiase en él de forma casi ciega por haber logrado lo imposible, aún temía por él y por el resto. Ella mejor que nadie, añorando la ignorancia que se le había trastocado a través de todos esos libros y experiencias, conocía muy bien el horror al que se enfrentarían. Las flamas del centro de la tierra, el hielo abrasador del Cocito del inframundo y la luz cegadora de un poder divinamente terrible aguardaban impacientes junto con otros demonios. Se enfrentarían a un oscurecimiento apocalíptico. ¿Cuánto tiempo más pasaría para que se ennegreciera el sol de Monkey D. Luffy? ¿A qué precio obtendrían cada uno de ellos la realización de sus sueños? No se podía obtener nada sin un sacrificio que les ocasionaría un dolor que echaría raíces para el resto de sus días. El ominoso presagio de apremiante tragedia le respiraba mortífero en la nuca.

Un suspiro abandonó los labios de la arqueóloga, quien de inmediato levantó una de sus manos para sobar sus sienes, intentando deshacerse de los terribles pensamientos que la habían mantenido despierta desde que era una niña. Estaba casi acostumbrada a sentir que pendía sobre la boca de una bestia abismal, pero ahora habían otros quienes le importaban. Cerró el libro que malamente leía, pues no pudo hallar ni un momento de concentración para absorber la información de forma provechosa. La pelinegra levantó la mirada, aún sentada, para observar ese desierto azul que se perdía en el horizonte, lienzo purpúreo que anunciaba la caída de la negra y oceánica noche. El nido de cuervo era un lugar relativamente tranquilo, pero últimamente sentía que esos espectros la seguían a todas partes.

[Zoro]

Las reminiscencias del ardor de la carne humana volvían a él con cada paso que daba. Su pie izquierdo se adelantaba al cuerpo, y al apoyar el peso del espadachín sobre el, sentía terribles punzadas al pecho. Quizás era la misma muerte cuya sedienta guadaña cortaba los filamentos que contarían la historia del peliverde. ¿Era ese su final? No. Que la parca engulla su hambre y de un paso atrás, él viviría por décadas y décadas, hasta que su nombre cause temor y temblor en cada rincón del Nuevo Mundo. --Sin embargo, la mortalidad era inherente al guerrero a ascender. El dolor un mandamiento, un precio, una macabra canción que con cada nota asusta y provoca el huir de los soñadores sin voluntad. Otro paso, y vio el manto de la noche caer sobre él. Una espada tan negra como la obsidiana y tan afilada como el horizonte que corta al mundo en dos. Dracule Mihawk vino a su mente, y aquel momento que definió el rumbo de su viaje. Otro paso, y múltiples hojas danzaban a su alrededor, giraron bailando y, entre risa y risa, se hundieron en el torso del espadachín, buscando un corazón que mutilar. Daz Bones fue esta vez quien invadió su pensar. Con una temible habilidad que obligaría a Zoro a encontrar la delicadeza en la fuerza bruta, el equilibrio entre la voluntad de la espada y el espíritu de quien la porta, el corte que separa lo casi inseparable. 

Otro paso, y junto a un gruñido que nació y murió en su garganta, esta vez su rodilla izquierda se adelantó al cuerpo. Había caído. Sólo podía recordar aquellos momentos en los cuales la muerte volaba a su alrededor como ave de rapiña, esperando a que él caiga entregado a ella. ¿Se arrepentía de haber aceptado aquel trato? No, ni en un solo momento. Kuma había sido más que bondadoso al aceptar su vida por la de su capitán, y el tomar todo el dolor y la angustia de Luffy para ponerse en su lugar fue un pequeño precio a pagar por la sobrevivencia del proximo Rey de los Piratas. Agradecía que Chopper esté profundamente dormido junto a él, puesto que si lo hubiese visto levantarse de la camilla y tratar de caminar luego de experimentar tan traumático dolor y poner su cuerpo en un estado crítico, seguramente usaría su Monster Point para encadenarlo al colchón y asegurarse de que el descarado espadachín descansara hasta el próximo invierno. 

Sin embargo ahí estaba. Se puso de pie acompañado de otro gruñido y siguió caminando. Aquella sensación de muerte súbita venía e iba cual viento de otoño, por lo tanto Zoro sabía que no estaba a punto de morir, no mientras no se esforzara estúpidamente, que es exactamente lo que estaba por hacer. Con un torso vendado y solo con su haramaki y sus pantalones, el cazador de piratas se dirigió hacia el Nido de Cuervos rogando por que nadie lo viera. Franky estaba en proa dirigiendo al glorioso Thousand Sunny, Sanji en la cocina y supuso que el resto estaría en sus respectivos camarotes riendo y hablando de sus aventuras, solamente Usopp y Luffy, por supuesto, ya que Nami tenía toda otra isla que dibujar en sus complicados mapas, y Robin estaría leyendo uno de sus gruesos libros bajo alguna sombra.

El subir las escaleras que dirigían hacia el nido de cuervos no fue problema alguno. Cualquier tipo de molestia se había desvanecido dejando un leve sudor bajo sus vendas. Era temporal, estaba informado, pero le daría tiempo para meditar y entrenar lo suficiente. Necesitaba que su fuerza no decayera, debía ser más fuerte, hasta que las tres colmillos del tigre ataquen tan fieramente que incluso Oars sea cortado a la mitad. Una herida que sea capaz de terminar con la vida de alguien ordinario no le afectaría... Una herida que sea capaz de terminar con la vida de alguien ordinario no le afectaría... Una herida que sea capaz de terminar con la vida de alguien ordinario no le afectaría... No se podía permitir volver a perder. Su honor estaría en juego la próxima vez que desenvainara sus katanas.

Entró a aquella circular habitación normalmente como lo haría en cualquier otro día, y para su sorpresa, alguien más había tomado el lugar para refugiarse del mundo. No podía culparla, el nido de cuervos era pacífico. El cuerpo sólo se puede entrenar con una mente en blanco, y sin paz no hay mente que pueda concentrarse en la nada, no importa cuan irrazonable esto pueda sonar. Zoro la miró por un instante, reconociendo su presencia con un tácito saludo que supuso ella podría entender. No requería que dejase el lugar. De cierta manera, si alguien podía estar ahí y no molestarlo en aquel momento de espiritual vulnerabilidad, esa era la arqueóloga con su inmutable índole. El peliverde caminó hasta el centro de la habitación donde una exageradamente grande pesa se encontraba, y posando su mano sobre la barra de fierro que conectaba a los idénticas ruedas de metal, procedió a levantarla unos centímetros del suelo. Sintió como muchas heridas que todavía debían cerrar gritaron al sentir la presión de sus músculos, como si cientos de arañas lo atacaran y mordisquearan sus brazos y pecho. Al instante la pesa cayó al suelo, pero luego de un momento, Zoro volvió a levantarla.

Aquellos gritos cesarían con el tiempo. Simplemente debía entrenar hasta que su cuerpo se acostumbre a aquel ritmo.

De cualquier manera, nunca temió a las arañas.

[Archeologist]

Pudo escuchar el inconfundible sonido de las botas del espadachín aproximarse, y así fue como sus intrincados pensamientos de angustia se disiparon por un breve instante. La mujer volvió el rostro hacia la entrada para así encontrarse con la silueta del joven que ya esperaba de antemano. Ambos con una naturaleza seria, tan solo intercambiaron miradas como una especie de reconocimiento de la presencia del otro. El antiguo cazarrecompensas aún no se sentía enteramente cómodo a su alrededor; era algo que podía vibrar en él desde el primer día. Definitivamente era el elemento más intuitivo de la tripulación de los piratas del sombrero de paja; lo cual no le resultaba extraño, pues no esperaba menos del infame Roronoa Zoro. Un hombre que fuese tan peligroso con una katana (tres en su caso particular) tenía que confiar de lleno en su sentido primario: la intuición. Sí, Nico Robin, no era un nombre del cual la gente su pudiese fiar, por eso mismo no se tomaba a mal las tensas miradas que le dirigía el peliverde, sino que, por lo contrario, su vacilante rechazo le era justificable e incluso sensato. Desde chica tenía pocas expectativas cuando se trataba de la aceptación por parte de los otros. Ella era, al fin y al cabo, una mujer peligrosa.

No dijo ni una sola palabra, pues no le pareció necesario, y así se puso de pie llevándose consigo misma el libro que previamente intentaba leer. Suponía que el recién llegado tenía la intención de entrenarse como lo hacía día y noche en su meditabunda soledad. De cualquier modo, con esa inmanente curiosidad que le caracterizaba desde niña, no pudo evitar observarlo de reojo y caer en cuenta que el caminar le resultaba una tarea extenuante, así y como si los pies le pesaran como plomo. Era lógico que estuviese hecho pedazos, o más bien ilógico que aún siguiese con vida si era que el rubio no había mentido al respecto del incidente con Bartholomew Kuma en el Thriller Bark.  Un cuerpo humano convencional jamás hubiese soportado el daño que soportaba el cuerpo de un hombre de goma, pero Roronoa Zoro seguía respirando y de pie. Aunque no por mucho tiempo, puesto que la empresa en la que su capitán le llevaba era el camino de una inminente muerte. Eran envidiablemente ignorantes, testarudos, y tenían una fuerza de voluntad de hierro, pero no era lo suficiente para sobrevivir al Grand Line dentro de aquellas circunstancias.

Un golpe metálico y seco contra el frío suelo la hizo detenerse mientras caminaba hacia la salida, justificando su juicio respecto al límite del otro. ¿Qué hacer? La arqueóloga prefería dejarle en paz, pues sabía que él estaba mejor sin dirigirle la palabra si no era necesario, pero tal vez, en ese preciso momento, no sólo era necesario hablarle, sino vital.

Finalmente, pudo escuchar como el espadachín volvió a levantar la pesa que había dejado caer al suelo, y con eso bastó para que se dignarse a intervenir. “Me parece, Roronoa Zoro, que tu cuerpo no sólo necesita reposo como te lo ha insistido Chopper, sino que ha alcanzado su límite.” La mujer se dio la media vuelta para mirarlo de una vez por todas, apretando su libro contra su propio pecho antes de continuar. “Sé lo que sucedió en Thriller Bark. No estoy sorprendida por tus agallas, pues el valor es algo que exudas por los poros; tampoco me sorprende que sigas con vida, pues tu fortaleza adamantina se rumora de forma justificada hasta en los rincones más obscuros de este mundo…” Una pausa en su discurso dio lugar a un breve silencio. Robin suspiró y apartó la mirada para observar el mar por la ventana.  “Lo único que me sorprende es la forma tan persistente en la que intentas convencerte de que puedes continuar en tu estado actual.” Deseaba ser gentil, por lo tanto, mantuvo ese dulce y maduro tono de voz que le caracterizaba, pero se mantuvo seria y firme con el propósito de hacer entrar en razón al peliverde. “Nuestra verdadera prueba y la e nuestro capitán está cada vez más cerca. Reposa, Kenshi-san.” Sentenció antes de volverse con el propósito de dejarlo por fin tranquilo. Lo dicho, dicho estaba. El escuchar o no dependía enteramente del joven pirata.

[Zoro]

Un hombre regido por orgullo y honor no aceptaría tal discurso. Habían ciertas reglas en un combate que no podían ser ignoradas, tales como cierta prioridad en el auge del enfrentamiento, la agria simplicidad de un combate de espadas. Corta al enemigo, haz que su sangre escape de su cuerpo, que la rosa con sus pétalos pintados de vitalidad florezcan y anuncien un apresurado ultimátum, pero más importante, mantén tu propia sangre en tu cuerpo. Zoro había fallado y, una vez más, su mortalidad se había interpuesto entre él y su objetivo. Su última opción, su último recurso, su último posible camino había sido sellado y él había decidido el honor de ofrecer su vida por la de su Capitán. 'Si muero simplemente seré un hombre que no ha podido llegar mas lejos.' Prefirió que la voluntad de Luffy siguiese antes que la suya, proteger el sueño de aquella persona a la que un día había jurado proteger, ese era su deber y obligación. 

Aún así, el destino en uno de sus divertidos giros le había concedido una tercera oportunidad. Su cuerpo había excedido cualquier lógico límite y había resistido la enfurecida angustia que Kuma preparó para él. Recordaba vívidamente aquellos furiosos rayos carmesí explotando dentro y fuera de su cuerpo, envolviéndolo en lo que parecía un torbellino de sangre y hundiéndolo en un ardiente averno. Cuando por fin terminó podía escuchar cada latido de su corazón, como su sangre fluía por sus venas, como sus huesos crujían al tratar de ponerse de pie una vez más. Incluso el aire chocando con su rostro era una terrible orquesta para él en ese momento. ¿Cuantas veces había sentido algo así? ¿Contra Mihawk? Si, quizás si, pero era algo completamente distinto e igual al mismo tiempo. Su pelea contra el mejor espadachín del mundo había abierto sus ojos. Ya no era más un sapo gordo en un pozo lleno de pequeñas ranas, su horizonte se había ampliado y una increíble motivación por explorar el mundo lo llenaba. Ésta vez solo sentía que había cumplido un deber, que había protegido a alguien y que si moría allí, realmente lo entendería y no miraría a la muerte con rencor, pero aún así, el saber que un simple empujón sería suficiente para terminar con su vida era el mismo en ambas situaciones.

"No hay límite." Fue lo que dijo, con una voz tan pesada como plomo y sin siquiera hacer contacto visual con la arqueóloga quien lo observaba. Sus dedos se cerraron alrededor de la barra de metal y los músculos de sus brazos volvieron a tensarse. "Mayores amenazas vendrán a por nosotros. El gobierno, los shichibukai, la marina e incluso otros piratas con justificados rencores." La pesa se elevó más alto que antes y el terco espadachín comenzó a ejercitarse con ella. "Esto no pesa nada. No comparada con el peso de cualquiera de mis tres espadas, Robin. Tenemos que estar listos, descansaré por la noche y me entrenaré por el día. Soy el espadachín de la tripulación, es mi deber esforzarme al máximo."  Repentinamente giró aquella pesa como si de un palo de madera se tratase. Su fuerza estaba volviendo rápidamente, podía sentirlo. Seguramente se arrepentiría de esto más tarde, pero por ahora no podía perder el tiempo. Ahora sostenía la herramienta como sostendría a una espada larga, con ambas manos sobre la barra, y tal como solía hacerlo en el dojo en donde pasó mayor parte de su niñez, comenzó a azotar el aire frente a él con la pesa. El pie izquierdo hacia delante, luego hacia atrás,y así repetía la acción cada vez más intensamente. Esto se podía notar fácilmente al escuchar el sonido del metal fuertemente golpeando el vacío.  

No pasó mucho hasta que su piel comenzó a brillar levemente con una fina capa de sudor, y cada vez que la pesa era rápidamente movida hacia delante, la transpiración saltaba del rostro del joven espadachín debido a la aspereza y potencia de sus movimientos. Su respirar se notaba acelerado y pesado, pero Zoro pretendía empujar su ambición y su terquedad ante cualquier fatiga o vacilación. "Si nuestra más difícil prueba está por llegar..." Jadeo, puesto sus músculos comenzaban a quejarse. "...Entonces la cortaré, cortaré todo a mi paso... Cortaré el mar entero si es necesario."

No era necesario mencionar la furia en sus palabras.

[Archeologist]

La arqueóloga se volvió de inmediato para mirar al espadachín de verdosa cabellera mientras hablaba de forma solemne y orgullosa. No podía ignorar la forma en la que sus brazos temblaban debido al inhumano esfuerzo que hacía para lograr cargar esa ridícula cantidad de peso. Podía ver áreas con hematomas severos y sangre que tan sólo se contenía dentro de la carne del joven por una fina capa de piel, que, generalmente tostada y saludable en aspecto, ahora lucía pálida y enfermiza. La combinación de aquellas imágenes con el discurso del contrario causaban una enorme disonancia que Robin no se permitiría callar. Así, con suma compostura pero con determinación y firmeza, volvió a separar los labios para hablar. “No es la manera. Ahora, lo que haces es ejercitar tu fuerza de voluntad, pero tu cuerpo habla por sí solo. Tal vez puedes engañarnos a todos nosotros. Pero ¿puedes engañarte a ti mismo?” Pausó por un segundo y tragó saliva, sabiendo que ni siquiera ella misma deseaba escuchar lo que estaba por decir. Antes de continuar, la mujer dio unos cuentos pasos hacia la ventana que abarcaba la circunferencia del recinto y miró hacia el horizonte. “En este momento, la moral de la tripulación se debilita. Viste esa vibre card en la mano de Luffy, ¿no es así? Dudo que ignores lo que se está agitando hacia el oeste. Dudo que un espadachín, sobre todo un espadachín como tú, ignore el hecho de que los días últimamente parecen más cortos; las noches más negras. Algo se ha tragado el sol…” Nuevamente, volvió la cabeza para mirar a su acompañante con profunda seriedad. “Taka no me. Aún ves los ojos del halcón, Roronoa Zoro, pero ¿puedes escucharlos?” Y así, calló por unos cuantos segundos, dando lugar al silencio en el que la tensión se volvió sofocante. Jamás había intercambiado más de diez palabras en una conversación con el espadachín, pero era evidente, que ambos sabían y asumían mucho acerca del otro, ya fuese por las malas lenguas, por rumores, hechos, o simplemente intuición propia. El modo en el que intercambiaban miradas hablaba de forma aterradora así y como si en su silencio sutil, ambos se observasen con punzante cautela.

“Tu frente…” La arqueóloga frunció el ceño y cerró los ojos por un instante antes de continuar, pues pudo observar como una gota de líquido carmesí caía descarada y recorría la hundida sien del peliverde. “Sangra.” Sentenció finalmente dejando de lado la densa y áspera conversación para dar lugar a hechos en la superficie triviales.

[Zoro]

"Nunca hubo un límite." Susurró aquel alguna vez inamovible pensar, sin estar íntegramente seguro acerca de para quien iban esas palabras. "No puede haber uno ahora." No obstante, con el tiempo ominosas memorias escritas en sangre habían demostrado que el espadachín estaba equivocado. Desde aquel momento en que se entregó a un mundo regido por pólvora, espadas y las más bizarras habilidades hasta  que Kuma se interpuso en su camino con la más temible sentencia, Zoro había creído firmemente que el horizonte no tenía un fin.

   Pero el ardor y aquellas chispas de dolor que lentamente incendiaban su cuerpo le recordaban que la muerte, con la hoja más afilada rozando su cuello, había tratado de llevarse su cabeza más en más de una ocasión, y ya sea por el destino o por mera suerte, él había logrado evadirla. La pelea con Mr. 3 podría haber sido fácilmente evadida si su habilidad latente de cortar acero hubiese despertado en ese entonces. Decapitar a Oars podría haber puesto un fin a tan inquietante batalla, sin embargo sus espadas no tenían tan largo alcance. ¿Y Kuma? ¿Qué hacía que el metal que cubría su cuerpo fuese tan duro? Logró cortarlo a duras penas, pero aún así fue recompensado con desesperación y un abrumador sentimiento de derrota.

   "No puede haber uno ahora." Repitió, su pie avanzando una vez más para proseguir con el ejercicio, golpeando el suelo con tal intensidad que las enormes barras de acero acumuladas en la punta de la barra que él sostenía temblaron y se golpearon entre sí. Cada ejercicio mantuvo aquella firmeza y poder, cada vena de su cuerpo parecía tensarse y el ardor que lo quemaba por dentro ya no parecía importar. El espadachín genuínamente creía que no había un límite, que su nombre llegaría a todo extremo del mundo y causaría temor. No dejaría que su cuerpo fuese un obstáculo. "Mi espíritu es más fuerte que esto, Robin!" La arqueóloga tenía razón, y no solo era su frente la que ahora estaba manchada con un presagio de mortalidad, sino que las vendas que cubrían su fornida figura comenzaban a tornarse de una tonalidad más roja. Sus heridas se habían abierto, y solo cuando sintió que sus brazos habían explotado fue que la enorme pesa cayó y junto con ella, Zoro quedó sentado en el suelo, respirando con pesadez pero manteniéndose estoico.

"Debo ser lo suficientemente fuerte..." Volvió a hablar, entre jadeo y jadeo. "...Lo suficientemente fuerte para proteger a mi capitán..."

Terco y monstruoso, el cazador de piratas por segunda vez en su vida había mostrado fragilidad, y junto a ella, la voluntad más poderosa e inquebrantable.

"No... No hay límite alguno para mi fuerza y mis espadas."

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